miércoles, 29 de marzo de 2017

Cuando la imaginación vuela... pero tenemos los pies atados al suelo

Soy un pibe de campo, pero nunca fue de mi agrado pasar el tiempo pescando, cazando pajaritos o realizando alguna otra actividad que requiera matar o maltratar algún pobre animal. Y más allá de haber pasado por diferentes etapas, nunca fui de tener grandes grupos de amigos ya que siempre fui bastante introvertido. Pero el motivo principal por el cual nunca fui de tener muchos amigos es porque mi diversión no cuadraba con la de la gente de mi pueblo. Por eso, durante mi infancia y parte de mi adolescencia, me la pasaba encerrado con el hermano menor que adopté, ese que en la jerga común se lo llama “amigo”, Ezequiel. Con él me podía dar el lujo de divertirme usando la imaginación y no matando animales o rompiendo los vidrios de una casa abandonada (aunque debo reconocer que sí disfrutaba de esto último, pero en un nivel inferior)



Con él me podía dar el gusto de abrir las puertas de mi cabeza y dejar fluir todos mis mundos y universos. El no sólo los entendía, sino que también los compartía y hasta creaba los suyos para luego fusionarlos con los míos, dando como resultado final horas y horas de entretenimiento gratis y sano.
Empezamos creando nuestros propios Pokemones allá por el año 1998. No dejábamos de llenar cuaderno tras cuaderno. El número total de animales raros que creamos supera los 500. Podría decir que superamos los 800. Pero estaría siendo deshonesto porque al hablar de “crear” no me estoy refiriendo solo a dibujarlos, sino también a ponerles nombres y darles poderes especiales. Con el pasar de los años este pasatiempo nos quedó chico y comenzamos a inventar mundos y universos para que sean habitados por nuevos personajes a los que le habíamos dado vida. Personajes mitad humano/mitad felino que tenían nombre y apellido, edad, fecha y lugar de nacimiento, aficiones, fobias, personalidades definidas, características físicas, enfermedades, domicilio, etcétera.

Recuerdo que para este mismo universo creamos hasta revistas de noticias, grupos musicales con sus respectivos discos y canciones, ligas de futbol con su propio diario impreso, mapas de ciudades, países y hasta galaxias, religiones con sus propios dioses y culturas, etcétera. No dejábamos nada librado al azar. ¡Estábamos en cada puto detalle!

Los años pasaron y aparecieron las responsabilidades que nos obligaron a desprender nuestras mentes y por ende ir matando de a poco toda la magia que sólo fusionando nuestros cerebros podíamos crear. Dejamos atrás esa hermosa infancia, transformando toda esa diversión en recuerdos que hoy puedo revivir haciendo lo que me apasiona: escribir.

Hoy, retratando estos momentos, me cuesta creer que nuestra imaginación haya creado tanto desde la nada misma. Reflexionando sobre esto fue que se me vino una frase a la cabeza, que es la que le da el nombre a este escrito.


Con esto me refiero a que, de haber tenido acceso a internet, o de haber tenido más herramientas para que nuestros personajes y mundos no queden solo registrados en un papel o en nuestras mentes, podríamos haber creado comics, videojuegos, películas, revistas, etcétera. ¿Cuál hubiera sido el límite? ¿Hubiera existido acaso un techo que frene nuestro vuelo? Difícil saberlo. Imposible tener esa certeza. Lo cierto, lo que sí puedo asegurar, es que nuestra imaginación volaba, pero, debido a que las ventanas que se nos tenían que abrir no aparecieron, lamentablemente no pudimos seguir su ritmo, ya que nuestros pies nunca se despegaron del suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario