Soy un hombre que ama la naturaleza. Un oficinista que
prefiere viajar kilómetros y kilómetros en busca de aire fresco, dejando atrás el
agobio y el stress que me producen ésta gran metrópolis. Nunca estuvo en mi
cabeza subir solo unos pisos para sentir la brisa del viento en la terraza de
éste edificio. Pero hoy, habiendo llegado a mi límite de presión, subí guiado
por una fuerza mayor que, a contrapartida, me dio la oportunidad de apreciar la
hermosa vista que se logra desde acá.
Desde acá la gente parece una colonia de hormigas
despreocupadas que camina libre de su reina. Los ibirapitá y los jacarandás
son unas hermosas manchas verdes con florecientes detalles violeta y amarillo
que inundan de vida el parque. El lago parece una acuarela que el sol
transforma en un reflectante espejo de dimensiones titánicas.
La vida es arte, solo que no todos somos buenos
espectadores. Sin embargo, me debo estar perdiendo de cientos de detalles
debido a que los seres humanos no fuimos agraciados con la vista de un águila. Pero
la belleza que alcanzo a ver es vasta. La vida es algo tan preciado cuando
aprendemos a percibir la infinita belleza que la madre naturaleza guarda para
nosotros.
Mi reflexión, tan profunda y sanadora es interrumpida
cuando veo asomarse a un hombre por el balcón del edificio de en frente. Noto
que mira hacia abajo. ¿Qué pensará? ¿Podrá, al igual que yo, apreciar la
belleza del mundo desde lo alto?
Me sorprendo cuando veo que se sube al barandal y se sienta
allí. ¿Se irá a arrojar? Acto seguido mira hacia abajo, luego levanta la cabeza
y me ve. ¿Lo hará ahora que me vio? ¿Tendrá la posibilidad de recapacitar ahora
viendo la vida desde otro plano? ¿Tendrá el coraje de hacerlo? ¿Será el también
un cobarde?
Quien sabe lo que se le cruzó por la cabeza. Solo
cerró los ojos y se dejó caer.
Y yo que toda la vida había creído estar solo en este
mundo... es una pena que, justo en este día, haya encontrado a alguien como yo.
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