sábado, 7 de enero de 2017

Desnudarme en público





Podría decir que la semilla de Mondo Sporco (este blog) se plantó a mediados del año 2000 cuando descubrí que me gustaba fantasear con mundos ficticios plasmados en palabras. Por ese entonces tenía 11 años y acababa de encontrar en la literatura ese compañero que está cuando más lo necesitas, ese amigo que no te va a juzgar ni te va a recriminar cuando decidís estar solo, ya que es en la mismísima soledad cuando te recibe con los brazos abiertos.

Mis borradores. Año 2010

Paradójicamente crecí en una casa sin libros, pero gracias a la vida pude comenzar a regar esa semilla cuando llegó hasta mí una colección de cuentos de terror infantiles de la revista Genios que alguien había tirado a la basura. ¿Será que ahí también nació mi secreta ambición por mirar de reojo los contenedores de basura de Buenos aires?

Tan solo un año después, en el 2001, recibí los estímulos suficientes como para animarme a crear, siempre a escondidas, mis propios universos con lápiz y papel. Lamentablemente no hay registros de aquellos primeros escritos que prácticamente vomitaba sobre una hoja sin filtro ni límite alguno.
Tres años después, ya entrado en la adolescencia, empecé a escribir lo que, para mí, negándome a llamarlo poesía, eran simples letras de canciones. Escribí un total de 201 desde el 2004 hasta el 2009. Hoy sigo escribiendo estos textos cortos con la diferencia de que ahora sí tengo la suerte de poder llamarlos canciones.
Pero la realidad es que tuvieron que pasar diez y seis años para que Mondo Sporco se materialice y se vuelve una realidad. A finales de Septiembre del año 2016, tras la insistencia de una amiga para que cree mi propio medio y deje de depender de terceros para que mis escritos sean publicados, creo mi propio blog sin tener del todo claro qué es lo que iba a publicar. 
Esa semilla que venía regando desde hace tiempo se había convertido en planta.

Comencé reciclando una serie de crónicas musicales que unos meses antes me ayudaron a perder ese miedo que siempre me frenaba a la hora de mostrarme, y me ayudaron también a volverme mi mayor crítico. Tanto así que cuando, hoy por hoy, leo una de esas pseudo-crónicas puedo ver infinidad de errores, pero lejos de avergonzarme y querer esconderlas, me ayudan a ver el crecimiento que experimenté desde entonces.

Hasta que llegó un día en el que escribí sobre un recital actual en el que tocaban viejos amigos y además hacía su debut una amiga por la cual guardo un enorme aprecio y respeto. El recital fue un domingo. Al día siguiente, cerca del mediodía, arrojé al mundo mi crónica y cerré la computadora negándome a ver su repercusión por miedo a posibles disgustos.
No fue hasta el día siguiente que abrí nuevamente mi pc y lo primero que veo es ese número que no se me va a borrar más, y que, sin ser exactamente igual, había aparecido horas antes en mi cabeza en forma de presagio: 736. Era el número de visitas a mi blog (También son los últimos tres dígitos de mi D.N.I… pero este es solo un dato curioso que no viene al caso)
La repercusión fue buena, fue más de lo que esperaba. Solo había cometido un error: había puesto mal el nombre de un disco.

Luego me tiré a la piscina sin saber si tenía agua y escribí mi primera crítica literaria. Todo un desafío para alguien que abandonó el secundario y no tiene formación alguna en la materia.
Más adelante también escribiría sobre cine y series sin tener una base crítica fundamentada más que la de un espectador común al que le apasiona el arte.

El blog ya lleva poco más de tres meses activo. Hasta ahora publiqué crónicas y pseudo-crónicas de recitales, limitadas críticas literarias, recomendé una serie, escribí dos artículos algo pobres sobre cine y dos artículos un poco más originales: uno mezcla humor con música y el otro es una simple reflexión que me surgió viajando por la Patagonia. Pero me está faltando algo. Falta mostrarle al mundo esa planta que sembré hace diez y siete años, en mi pueblo de Entre ríos, y que desde entonces vengo regando a escondidas. Falta dar ese gran paso y animarme a publicar uno de esos escritos que solo mi círculo más íntimo de personas leyó y que, alimentados por películas y cuentos de terror, nacen desde lo más profundo de mi imaginación. Siento a esos escritos %100 míos. Esta es justamente la razón por la cual aún no logro juntar el valor para hacerlos públicos. Porque mostrarle a mis amigos, a mi familia y a tanta gente desconocida mis cuentos sería como revelar mis debilidades, mis defectos y virtudes. Sería presentarle a toda la gente el mundo en el cual me escondo para estar en paz y el universo que me creé como medio para expresarme sin interferir en la vida de nadie más. Al mostrarle mis cuentos al mundo quedaría terriblemente expuesto, sería algo así como el equivalente a un ataque de tos en el cine. Sería develar el mayor secreto que me vi obligado a guardar bajo llave por miedo a que los habitantes de mi pueblo noten esa sensibilidad convertida en creatividad y me tilden de afeminado, de rarito o de hippie. Mostrarle mis cuentos al mundo sería como abrir mi corazón. Mostrarle mis cuentos al mundo sería como desnudarme en público y poner al descubierto todas las cicatrices de mi alma. 

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